La semana pasada, llevaba a mi nena a la pediatra, por no perder el turno y después de dar vueltas con el auto para estacionar durante 20 minutos, me la jugué y lo puse cerca de la esquina, la rueda trasera soprepasaba un poco la línea amarilla.
Media hora después salgo y, obviamente, me había llevado el auto la grúa. Luego de ir de acá para allá caminando, con mi nena enfermucha y puteando por haber tenido que pagar el acarreo (la jueza no me cobró la multa por ser la primera infracción), me quedé reflexionando.
¿Qué pasaría si siempre pagáramos con dinero por nuestros errores? ¿Seríamos mejores personas? Seguramente seríamos más pobres o tendríamos que trabajar el doble sólo por si acaso en algún momento tenemos la insólita osadía de equivocarnos. Probablemente entonces intentaríamos ser más conscientes y tratar de cumplir las leyes.
Pero el delirio me lleva más allá. Cómo seríamos si tuvieramos que pagar por nuestros errores en la vida, no sólo los que incumplen normas y leyes, sino los que nos afectan cotidianamente, los que marcan nuestra historia. Así, ya en el jardín, mentirle a papá y mamá nos costaría 50 centavos de los destinados a caramelos. En la primaria o en la secundaria en lugar de ponernos amonestaciones nos multarían con 10 pesos. Y así durante el resto de la vida. Dejar plantado a alguien $15. Hacer algo de lo que uno no está convencido y que al día siguiente considera un error $20. Mandarse la cagada del siglo en el laburo $50. Tratar mal a un empleado $80. Mentirle a un amigo $100. Y a un familiar $150. Una cañita al aire $200. Tener hijos para retener a tu pareja $500.
Bueno, obviamente hay cosas que ya están funcionando, todos sabemos que un divorcio nos cuesta fortunas, o no cepillarse los dientes nos ocasiona quizás el gasto más grande de todos y es hacerse el comedor a nuevo. Lo interesante es que igual la gente se divorcia, o se calienta y trata mal al otro.
El error no tiene remedio. Simplemente nos hiere en las entrañas y nos hace sentir unos imbéciles. El error es una apuesta a futuro. Es lo que nos marca la diferencia entre lo que somos y lo que seríamos si pudiéramos.
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