23.1.06

Unplugged

Estoy sentada en el lecho del río. Correntoso, cristalino y poco profundo. Las piernas cruzadas a lo "indio" y Pilar sentada encima y abrazada porque le tiene miedo al agua. Así sentada, el agua me llega a la cintura y la base del río, arena y piedras, se va moviendo acompañando la corriente. Hacia un extremo, el río se pierde entre rocas inmensas que se hacen más grandes e infinitas en el horizonte. Hacia el otro extremo, sigue el río bajo, con partes de suelo al descubierto, como bancos de arena. Las zonas con agua son espejos que brillan y enceguecen, en el fondo dos sierras que se unen para recibir al sol sirven de escenario para un grupo de jinetes que cruzan en fila con sus caballos con cabezas gachas a un paso que pareciera detener el tiempo. Ahí es cuando me lamento de no haber llevado la cámara. Al menos una foto... aunque no... nada capta ese instante como la mente y como el alma.

Ahí es cuando reflexiono. Cuando me vienen a la mente tantas preocupaciones, tantos momentos que uno considera desesperados. Ahí es cuando se me ocurre la loca idea de que la vida no es tan dificil. Cuando pienso que mi hija aprendió más del mundo en 15 días de sierra que en un año de Jardín. Es en ese instante en el que veo la serenidad de mi amor, despreocupado, dejando de lado la presión cotidiana por no carecer del cínico dinero. Cuando me doy cuenta que no es necesario tener Tele y me vuelvo a encontrar con un buen libro. Y hasta reconozco que no me muero si no tengo internet!

Diez días sirvieron para desenchufarme de esa mole energética que es la rutina.
Diez horas y una horrible humedad, fueron el electroshock que me recibió de vuelta.

18.1.06

Adiós Roberto

Esta ausencia de dos semanas se debió a unas pacíficas y desestresantes vacaciones traslasierra cordobesa. Volvimos el domingo, con la lluvia encima ahogando nuestra tranquilidad viajera. Y el mismo domingo me enteré: había muerto mi tío japonés. Su corazón estaba débil y una excursión de pezca fue su última aventura. Murió en el mar.

No son necesarias palabras de pésame, porque las odio, porque son huecas, porque no hablan de lo que fuimos. Todos lo vamos a extrañar porque era una persona de las que no abundan. Aunque nunca nuestras familias fueron muy de estar encima, estaba tácito el cariño en cada reunión y en cada oportunidad de charla.

Se fue un "tipazo". Y a uno le queda esa sensación egoista del que "se queda sin". Esa sensación que nos derrumba, de no saber nada o de saber que no somos nada.


Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...

Rubén Darío