23.1.06

Unplugged

Estoy sentada en el lecho del río. Correntoso, cristalino y poco profundo. Las piernas cruzadas a lo "indio" y Pilar sentada encima y abrazada porque le tiene miedo al agua. Así sentada, el agua me llega a la cintura y la base del río, arena y piedras, se va moviendo acompañando la corriente. Hacia un extremo, el río se pierde entre rocas inmensas que se hacen más grandes e infinitas en el horizonte. Hacia el otro extremo, sigue el río bajo, con partes de suelo al descubierto, como bancos de arena. Las zonas con agua son espejos que brillan y enceguecen, en el fondo dos sierras que se unen para recibir al sol sirven de escenario para un grupo de jinetes que cruzan en fila con sus caballos con cabezas gachas a un paso que pareciera detener el tiempo. Ahí es cuando me lamento de no haber llevado la cámara. Al menos una foto... aunque no... nada capta ese instante como la mente y como el alma.

Ahí es cuando reflexiono. Cuando me vienen a la mente tantas preocupaciones, tantos momentos que uno considera desesperados. Ahí es cuando se me ocurre la loca idea de que la vida no es tan dificil. Cuando pienso que mi hija aprendió más del mundo en 15 días de sierra que en un año de Jardín. Es en ese instante en el que veo la serenidad de mi amor, despreocupado, dejando de lado la presión cotidiana por no carecer del cínico dinero. Cuando me doy cuenta que no es necesario tener Tele y me vuelvo a encontrar con un buen libro. Y hasta reconozco que no me muero si no tengo internet!

Diez días sirvieron para desenchufarme de esa mole energética que es la rutina.
Diez horas y una horrible humedad, fueron el electroshock que me recibió de vuelta.

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